Las relaciones humanas con los animales cuestionan nuestra moral, es habitual observar como se les causa sufrimientos innecesarios, que llegan a una crueldad intolerable. Los seres humanos al igual que el resto de animales, somos igualmente finitos y vulnerables, y estamos relacionados en el mismo entorno, compartiendo un origen común en la larga historia evolutiva de la vida, dentro de los límites de tiempo y espacio que este planeta, único y compartido, nos proporciona.

Aniquilamos el hábitat de los animales salvajes, y explotamos a otros animales domésticos, más allá de las necesidades de nuestra cadena alimentaria o productiva, olvidando que tienen valores únicos en su entorno, ignorando que son capaces de sentir y de gozar, que aspiran activamente a su auto-conservación y a la preservación íntegra de su ser y de su vida. Nuestra sensación de seres superiores nos permite evaluar a los animales como si fuesen objetos, o materia prima, cuando no les usamos para fines industriales, experimentos científicos o para nuestro divertimento, causando a menudo enormes padecimientos y el sacrificio de millones de animales cada año, sacrificios que nada tienen que ver con el “consentido y lógico” uso alimentario.

Nosotros, los seres animales humanos, consideramos que nuestros valores son únicos: la dignidad, la autonomía y el bienestar, pero ninguno de ellos tiene el merecimiento de causar sufrimientos inimaginables a los animales. No acepto esta indiferencia moral que permite el maltrato animal, porque considero que son otros seres vivos, singulares, diferentes y vulnerables, que comparten conmigo la misma casa, la Tierra. Y desconfío de la calidad y merecimiento moral de los humanos que obtienen placer, cuando menos entretenimiento, del ejercicio del maltrato sobre otros seres vivos.

Quienes causan daños intencionados a los animales son, en potencia, como pequeños engendros que luego crecen justificando la violencia. Suben por los escalones de la crueldad hasta llegar a límites insospechados. La violencia sólo engendra violencia, y sus corazones se envenenan con más violencia.Consideramos que cualquier ciudadano tiene derechos indiscutibles, incluidos aquellos ciudadanos que en España cuelgan a los galgos de un árbol para que mueran poco a poco ahorcados, o los que organizan peleas sanguinarias de perros. Y nada les diferencia, en potencia, de los que se inician con el disfrute del daño a un mendigo o a un discapacitado.

No es lo mismo el hijo de puta de Radovan Karadzic que el capullo, con perdón, que cuelga a los galgos de un árbol, pero íntimamente están compuestos, tanto el criminal de guerra-genocida y el anónimo paisano, campechano de taberna, de la misma materia, la peor materia que compone al ser humano: el odio, la crueldad escondida tras la superficialidad y la ignorancia más deleznables. Sin bienestar animal, ¿qué somos nosotros, plantas… minerales…?.

Si te interesa este tema, visita la Web de Equanimal. Una organización que tiene como objetivo concienciar a la sociedad sobre las tremendas injusticias que se comete sobre los animales. http://www.equanimal.org

Si tienes el estómago vació, y eres duro de pelar, te recomiendo que leas otro post que escribí el 14 de noviembre de 2005: Pieles a Precio de Sacrifio pero ignóralo si eres sensible.
__________
Este post es la respuesta a las inquietudes de una estupenda amiga, Conchi, que aunque tiene miedo a un perro pequeño muestra un corazón muy grande, gracias Conchi por motivarme y provocar que escriba, pero otro día puedes sugerirme que hable sobre algo menos doloroso.

Parte de los textos están inspirados en una extensa documentación que me ha facilitado David Hammerstein, Eurodiputado de Los Verdes en el Parlamento Europeo.