Mauricio Antón
Secretario General de Lobo Marley
Hay una España cruel, sórdida y oscura, que se recrea en la estética del castigo, y que siente una perversa fascinación por la represión y el derramamiento de sangre. Esa España, que alcanzó su auge en los tiempos de la Inquisición, lleva siglos en retroceso, no tan rápidamente como muchos quisiéramos, pero sí de manera inexorable, dejando paso a la España de la libertad, la compasión y la vitalidad. Pero no ha muerto, ni mucho menos, y aún se expresa de muchas maneras, una de las cuales es el odio irracional hacia el lobo.
El lobo que intenta vivir con naturalidad en los parajes más agrestes de nuestra geografía es un símbolo de libertad, un animal poderoso que ejerce su papel de depredador dominante desde hace cientos de miles de años. Sin duda su presencia en entornos humanizados es fuente ocasional de problemas, que hay que resolver con sentido práctico y proporcionalidad. Pero esos ingredientes son precisamente los que desparecen cuando se dispara el odio al lobo. A partir de ese momento, renace la España más sádica, la que castiga la libertad con la muerte. Las manifestaciones de este afán destructivo se han hecho especialmente visibles en los múltiples casos recientes de matanzas, a menudo ilegales y siempre sañudas, de nuestros hermosos lobos salvajes. Y de manera más triste si cabe en el caso de la manada de lobos cautivos ejecutada recientemente en el parque de Cabárceno, privados primero de la libertad y luego de la vida por un personal inoperante que ante las consecuencias de sus propios errores acumulados no ve otra salida que el llamado “sacrificio”, una palabra tan ambigua como macabra en sus implicaciones para este caso.
Y no es sólo el lobo, con su insuficiente protección legal, el que sufre las agresiones de esta España vengativa. Nuestros osos pardos, estrictamente protegidos por la ley, no escapan a la saña de los destructores de la naturaleza, como demuestra el reciente caso del oso herido ( y posteriormente muerto) en el parque natural de Fuentes Carrionas, del cual todo hace suponer que fue víctima de un acto de caza ilegal.
Hasta aquí he retratado al sádico de la historia, pero ¿y el masoquista? Los masoquistas no son, desde luego, los lobos, víctimas inocentes que corren por su vida hasta el último aliento y que conservan su libertad interior hasta el momento de su asesinato. No. Los masoquistas aquí somos los miles y miles de españoles que contemplamos este espectáculo siniestro y nos lo tragamos como una cucharada de medicina amarga, diciendo: “Esto es inevitable. Esto nunca cambiará. Las personas que matan a nuestros lobos están ejerciendo el poder que les dan la tradición, la prepotencia, la fuerza y su predisposición a usarla. Y las personas que deseamos un mundo mejor para nosotros y para nuestros hijos, no tenemos más remedio que resignarnos y ver cómo continúan con sus desmanes”.
Lobo Marley está por la labor de encender la mecha de esa presión ciudadana. Algunas de nuestras acciones recientes están devolviendo a las personas vitalistas y sensibles de este país la sensación de que un cambio es posible. De que el castigo y la represión no son las únicas maneras de tratar a nuestros lobos, ni a las personas que ansían la libertad. No tenemos porqué resignarnos.