Mauricio Antón
              Secretario General de Lobo Marley

Ya lo dijo el gran Erich Fromm: no hay un sádico sin un masoquista. Dicho de otra manera, casi siempre que una persona o un grupo humano abusa continuadamente de otro, existe un grado de consentimiento. Y esto lo sabemos bien en nuestra pobre y querida España.

Hay una España cruel, sórdida y oscura, que se recrea en la estética del castigo, y que siente una perversa fascinación por la represión y el derramamiento de sangre. Esa España, que alcanzó su auge en los tiempos de la Inquisición, lleva siglos en retroceso, no tan rápidamente como muchos quisiéramos, pero sí de manera inexorable, dejando paso a la España de la libertad, la compasión y la vitalidad. Pero no ha muerto, ni mucho menos, y aún se expresa de muchas maneras, una de las cuales es el odio irracional hacia el lobo.

El lobo que intenta vivir con naturalidad en los parajes más agrestes de nuestra geografía es un símbolo de libertad, un animal poderoso que ejerce su papel de depredador dominante desde hace cientos de miles de años. Sin duda su presencia en entornos humanizados es fuente ocasional de problemas, que hay que resolver con sentido práctico y proporcionalidad. Pero esos ingredientes son precisamente los que desparecen cuando se dispara el odio al lobo. A partir de ese momento, renace la España más sádica, la que castiga la libertad con la muerte. Las manifestaciones de este afán destructivo se han hecho especialmente visibles en los múltiples casos recientes de matanzas, a menudo ilegales y siempre sañudas, de nuestros hermosos lobos salvajes. Y de manera más triste si cabe en el caso de la manada de lobos cautivos ejecutada recientemente en el parque de Cabárceno, privados primero de la libertad y luego de la vida por un personal inoperante que ante las consecuencias de sus propios errores acumulados no ve otra salida que el llamado “sacrificio”, una palabra tan ambigua como macabra en sus implicaciones para este caso.

Y no es sólo el lobo, con su insuficiente protección legal, el que sufre las agresiones de esta España vengativa. Nuestros osos pardos, estrictamente protegidos por la ley, no escapan a la saña de los destructores de la naturaleza, como demuestra el reciente caso del oso herido ( y posteriormente muerto) en el parque natural de Fuentes Carrionas, del cual todo hace suponer que fue víctima de un acto de caza ilegal.

Hasta aquí he retratado al sádico de la historia, pero ¿y el masoquista? Los masoquistas no son, desde luego, los lobos, víctimas inocentes que corren por su vida hasta el último aliento y que conservan su libertad interior hasta el momento de su asesinato. No. Los masoquistas aquí somos los miles y miles de españoles que contemplamos este espectáculo siniestro y nos lo tragamos como una cucharada de medicina amarga, diciendo: “Esto es inevitable. Esto nunca cambiará. Las personas que matan a nuestros lobos están ejerciendo el poder que les dan la tradición, la prepotencia, la fuerza y su predisposición a usarla. Y las personas que deseamos un mundo mejor para nosotros y para nuestros hijos, no tenemos más remedio que resignarnos y ver cómo continúan con sus desmanes”.

Esta actitud es una faceta más del derrotismo y el entreguismo que han retrasado tantos cambios necesarios en España. Nuestro vecino Portugal protegió a sus lobos hace ya muchos años, demostrando que todas las catástrofes que los detractores del gran cánido anuncian para el caso de su protección son totalmente ficticias. Y éste es sólo un ejemplo de que los cambios son posibles y en muchos sitios ya han ocurrido. Es una cuestión de voluntad política y la voluntad política (aunque muchos lo teníamos un poco olvidado), es una cuestión de presión ciudadana.

Lobo Marley está por la labor de encender la mecha de esa presión ciudadana. Algunas de nuestras acciones recientes están devolviendo a las personas vitalistas y sensibles de este país la sensación de que un cambio es posible. De que el castigo y la represión no son las únicas maneras de tratar a nuestros lobos, ni a las personas que ansían la libertad. No tenemos porqué resignarnos.

El lobo vivo es mucho más que un animal hermoso que adorna nuestros montes y permite la continuidad del equilibrio ecológico. Es un símbolo de nuestra necesidad urgente de hacer las paces con el planeta que nos aloja, que nos alimenta, y del cual en última instancia somos parte inseparable. Saquear la naturaleza es una práctica suicida cuyas consecuencias harán que la crisis del ladrillo parezca un juego de niños. 
Tenemos un reto formidable por delante, para superar el cual debemos dejar atrás nuestros pequeños egoísmos. La España que odiaba a los lobos, con su miopía y su miseria moral e intelectual, nunca podría estar a la altura de este reto. Sólo la España de los libres podrá enfrentarlo, y necesitamos tomar las riendas ya. El lobo vivo protegido en toda la península no es un sueño desproporcionado. Al contrario es sólo el principio, y es lo menos que podemos pedir. 
Desde Lobo Marley lo exigimos y no pararemos hasta conseguirlo. Pero tampoco pararemos después de conseguirlo. Hay una larga guerra por delante y necesitamos miles de soldados para ganarla. Lo que no necesitamos son derrotistas ni entregistas. Como diría Erich Fromm, no necesitamos personas que tengan miedo a la libertad.